sábado, 22 de marzo de 2008

La Gran Depresion de 1929


Durante los diez años que siguieron a la terminación de la Primera Guerra Mundial, el mundo pareció volver a la estabilidad y la paz. La ciencia y la técnica continuaron haciendo rápidos progresos: fue en el decenio de 1920 cuando se pusieron en uso el celofán, los aviones comerciales, las películas sonoras y la radio casera. Europa se recuperó de la destrucción material producida por el holocausto de esos cuatro años. El capitalismo norteamericano estaba en auge, y lo mismo puede decirse de la economía de otros países, incluyendo a la derrotada Alemania. En los pequeños países europeos creados durante las conferencias celebradas en Paris, en 1919, se instalaron repúblicas y monarquías constitucionales.
En el mundo colonial, el sistema del mandato transformó los regímenes coloniales del viejo estilo, y dondequiera surgieron movimientos libertarios. En 1928 se reunieron en Paris los representantes de 15 naciones para firmar el Pacto Kellogg-Briand, que rechazaba ia guerra. Con el tiempo, más de 60 naciones apoyaron este pacto y, aun cuando no tuvo éxito como instrumento de paz, fue una señal del internacionalismo del decenio que siguió a la devastación producida por la guerra mundial.
Se creía que volverían los tiempos anteriores a 1914, pero no fue sino una ilusión. Mucha gente se negaba a comprender que Europa había perdido su preeminencia y que los Estados Unidos se hablan revelado como la máxima potencia industrial y financiera del mundo. Tampoco presto el Occidente mucha atención al significado que podía tener el dinamismo ruso, la importancia cada vez mayor de Asia y la creciente ola nacionalista que corría por las colonias: lo cegaron el auge económico y las apariencias de estabilidad política.
La prosperidad disfrazó también otras dos circunstancias amenazadoras: una, que la bonanza posbélica era frágil; antes de mucho, se desmoronara, lanzando a! mundo a! desquiciamiento económico. La otra, que la agresión estaba ya en marcha, llevando a! mundo hacia otra guerra total.
A pesar de su frenesí, la nueva economía de los veintes era muy distinta de la del mundo de preguerra, y sus bases eran otras. En primer lugar, la Gran Bretaña no era ya el banquero del mundo. Habiendo tenido que adquirir material bélico y armamentos, e imposibilitada para vender sus propios productos, se vio obligada a recurrir a sus inversiones en el extranjero y a sus reservas de oro; contrajo deudas y perdió su sitio como fuente de capital, que fue ocupado por los Estados Unidos. También Francia habla contraído deudas; también perdió sus cuantiosas inversiones en Ia Rusia zarista. Alemania, la vencida, había perdido la totalidad de su capital en el exterior, y se y agobiada por el pago de las reparaciones a los Aliados.
La economía norteamericana, por su parte, se vio estimulada por la guerra. Entre 1914 y 1918 se triplicó el valor de las exportaciones agrícolas e industriales. Al iniciarse Ia conflagración, los Estados Unidos debían a Europa unos 4.000 millones de dólares; cuando terminó, quedaron convertidos en el principal acreedor del mundo, ya que los países europeos le debían casi 10.000 millones de dólares.
Hubo también otros países que se beneficiaron con la guerra. El Japón vendió grandes cantidades de municiones a Rusia y desplazó a los comerciantes europeos en China y la India. En Iberoamérica, dos países, por lo menos (Argentina, y Brasil), establecieron industrias manufactureras ante Ia imposibilidad de adquirir productos británicos. En la India, la empresa textil familiar se convirtió en una gigantesca red de industrias metalúrgicas. La misma China, libre aunque solo fuera transitoriamente de la dominación extranjera, dio algunos tímidos pasos hacia la industrialización. El resultado de todo esto fue que, en 1918, Europa se encontró con que ya no era el taller que surtía al mundo.
Aunque Europa perdió su preeminencia, el comercio mundial resurgió. En 1925, la producción mundial de alimentos y materias primas superaba en 16 por ciento el nivel de preguerra (el incremento relativo de la población era solamente de 6 por ciento), y la producción de artículos manufacturados había crecido en 20 por ciento. Los Estados Unidos conservaron el primer lugar conquistado durante la guerra; para 1928, producían más de las dos quintas partes de los artículos manufacturados de todo el mundo. En el caso de las nuevas industrias —vehículos motorizados, por ejemplo—, correspondían a este país cuatro quintos de la producción mundial.
También eran los Estados Unidos el principal exportador de capital. Los créditos e inversiones de los bancos y ciudadanos particulares norteamericanos hicieron posible el resurgimiento de Europa. La misma Alemania. convertida ya en república, gozó de una rápida prosperidad que borró el recuerdo de la amarga derrota. Las industrias alemanas de Ia construcción —barcos y aviones comerciales— florecieron con el respaldo de los norteamericanos, que en el decenio de 1920 invirtieron en empresas alemanas más de mil millones de dólares. En ese período, las inversiones norteamericanas en el exterior se elevaron a más de 3,500 millones de dólares.
La gente, en particular los norteamericanos, creían, pues, que todo iba bien en el mundo. Cuando Herbert Hoover tomó posesión de la Presidencia en marzo de 1929, habló como si nada pudiera oponerse al progreso. "Hemos alcanzado un bienestar y una seguridad jamás vistos en la historia del mundo", declaró. "Habiéndonos librado de la pobreza general, tenemos mayor libertad individual que en cualquier otra época... Marchamos hacia Ia formación de una nueva raza, una nueva civilización, grande por sus propios méritos." En muchos países se abrigaba la esperanza de que algún día serían del dominio mundial los adelantos logrados en Norteamérica por Ia ciencia, la técnica y la industria.
Sin embargo, la estructura económica tenia sus fallas, y eran de tal gravedad, que la economla mundial quedarla arruinada. Entre otras cosas, las exportaciones norteamericanas de capital no eran tan constantes como lo fueron las de la Gran Bretana antes de 1914, a la mayoria de los préstamos se concedian a corto plazo, lo cual significaba que su renovación dependía de la ininterrumpida prosperidad de los Estados Unidos. Además, el papel desempeñando por este país en el comercio era diferente dcl que correspondIa a la Gran Bretana antes de la guerra. Por aquella época, ésta era fuerte importadora, equilibrando la balanza mundial de pagos al aceptar alimentos y materias primas en pago de sus exportaciones de capital y maquinaria. Pero al terminar Ia guerra, los Estados Unidos habIan logrado do prácticamente la autosuficiencia: cultivaban los productos agrIcolas necesarios para alimentarse, cxtralan los metales requeridos por sus fabricantes. AsI pues, fijaron elevados aranceles a la importación para proteger el mercado interno. Y exigían dinero en pago de sus exportaciones. Además, el dólar se cotizaba muy alto, y el precio fue en aumento ya que, habiendo acumulado una considerable reserva en oro gracias a las ventas hechas a Europa durante ia guerra, los Estados Unidos habían adquirido una moneda fuerte; los países que carecían de oro sufrieron perjudiciales inflaciones c inestabilidad. Como las naciones europeas no podían pagar sus deudas más que con el dinero que recibían de los alemanes por reparaciones, y como los alemanes solo podían hacer estos pagos con préstamos norteamericanos, las finanzas mundiales quedaron encerradas en on circulo vicioso.
Además de los comerciantes, los agricultores de todo el mundo tropezaban con graves dificultades. Durante la guerra, la producción de trigo en Europa disminuyó en un 20 por ciento. Al mismo tiempo, aumentó la demanda de trigo, los precios subieron, y los agricultores de otras partes del mundo tuvieron on incentivo para incrementar su producción, cosa que pudieron hacer gracias a la sustitución del caballo por el tractor y al empleo de Ia segadora trilladora mecánica que les permito sembrar mayores extensiones, y el cultivo científico aumentó el rendimiento por hectárea. Los cultivadores de trigo en los Estados Unidos, Canada y Argentina se percataron de que Ia expansión les rendirla utilidades, y muchos contrajeron fuertes deudas para adquirir más tierras y equipo.
Terminada Ia guerra, la producción de trigo mantuvo su alto nivel. Al principiar el decenio de 1920, en los Estados Unidos y ci Canada superó en un sexto el volumen de la preguerra; al entrar el decenio en su parte final, aumentó en un tercio. Las exportaciones se habían duplicado, pero Europa reanudó poco después la producción y, además. se redujo la demanda: los europeos comían ahora más productos lácteos, carne y frutas que antes, y menos pan. Las existencias de trigo no vendido sumaban 15.900 millones de toneladas en 1929, y en todo el mundo los cultivadores estaban al borde de la ruina.
También se vieron en dificultades los que cultivaban otros productos. La producción de algodón lana, maíz, cacao y café había crecido. El establecimiento de grandes plantaciones en las Indias Orientales incrementó ia producción de caucho: en Java, el cultivo científico de Ia caña se tradujo en mayor rendimiento de azúcar Los granjeros de Australia, Nueva Zelandia, África y América se enfrentaban a un nuevo problema: las maravillas de la ciencia moderna trajeron Ia sobreproducción y la baja de los precios. Para ellos, la agricultura científica era sinónimo de ruina, no de progreso. No podían liquidar sus deudas ni pagar sus hipotecas, y mucho menos comprar automóviles, radios y otros productos de consumo, a cuyas industrias estaba ahora vinculada su prosperidad.
De los muchos defectos de la economía mundial, el más peligroso existía en Ia nación más prospera de todas: los Estados Unidos. En Wall Street, en Nueva York, se erguía el símbolo mismo del capitalismo norteamericano: la Bolsa de Valores de Nueva York. Conforme la industria crecía y aumentaban los rendimientos, la inversion en valores ofrecía magnificas perspectivas para quienes deseaban participar en su desarrollo. A mediados del decenio de 1920 la compra de valores se convirtió en una verdadera fiebre. Y al aumentar la pasión por las inversiones en los años finales de ese decenio, el precio medio de los valores negociados en la Bolsa Neoyorquina subió 25 por ciento en 1928, y 35 por ciento en los primeros meses de 1929.
El volumen de las operaciones creció en concordancia, habiendo alcanzado la cifra de medio millón de acciones por día en marzo de 1928, y aquella primavera no se oía hablar sino de la posibilidad de que dicho volumen alcanzara los cinco millones. Lo alcanzó en junio. Cinco meses después, el 16 de noviembre de 1928, ocurrió algo que no tenia precedente: cambiaron de manos en un solo día seis millones y medio de acciones.
Para entonces, las inversiones habían alcanzado un peligroso grado de especulación. Prácticamente, el mercado de valores operaba sin reglamentación alguna o, lo que es peor, se operaba mediante un sistema de créditos excesivamente fáciles, lo cual Se conocía como "compras con margen": cualquier especulador podía adquirir grandes cantidades de acciones mediante un pequeño pago en efectivo, 10 por ciento del valor de las mismas, recibiendo de un corredor o de un banco un crédito por el saldo. La garantía del préstamo la constituía el valor de las acciones en el mercado, si dicho valor bajaba, el crédito dejaba, automáticamente, de estar cubierto por una garantía suficiente, y la persona que había comprado con margen debía cubrir la diferencia con dinero en efectivo... Pero el valor de las acciones no bajaba: subía constantemente, y nadie tomaba muy en serio dicha contingencia.
Sin embargo, estaba cerca el día del ajuste de cuentas. Aun se especula acerca de las causas fundamentales del desastre, pero hoy podemos apreciar varias señales de peligro que aparecieron desde la primavera de 1929, si no antes. Por un lado, aun cuando se producía más riqueza que nunca, su distribución era muy desigual. La clase trabajadora recibía una participación muy inferior de la que hubiera convenido para Ia firmeza de Ia economía; su poder adquisitivo no era adecuado para sostener el alto nivel de la producción. Lo cierto es que, aunque por entonces nadie se percato de ello, la producción industrial disminuyó en
junio de 1929, y el descenso prosiguió.
Y mientras la producción bajaba, el mercado de valores proseguía su ascenso desenfrenado. La Bolsa suele entrar en calma durante el verano, lo que no sucedió en 1929. El indice de precios de los valores publicado por The .New York Times subió 110 puntos en tres meses; en 1928, un buen año, el alza, sin precedente hasta entonces, había sido de 86,5 puntos en 12 meses. En el verano de 1929 el volumen de las operaciones fluctuó entre cuatro y cinco millones de acciones al día, superando a veces dicha cifra. Los créditos de los corredores por las compras con margen ascendían a razón de 400 millones de dólares al mes, y al terminar el verano sumaban más de 7.000 millones de dólares, para de los cuales se había prestado con 15 por ciento de interés.
El 24 de octubre de 1929, el "jueves negro", ocurrió la gran quiebra. El día no comenzó muy felizmente... y terminó con una avalancha de Ordenes para la venta de valores, al precio que fuera. Nadie conoce los orígenes del pánico, pero en la desbandada que se produjo bajaron los precios, y los especuladores que habían comprado a crédito tuvieron que vender sus acciones, una tras otra, a fin de liquidar el dinero pedido para comprarlas. Antes de que terminara el día, se hablan vendido casi 13 millones de acciones. Los precios Se precipitaron; algunos valores descendieron hasta 75 puntos, lo que significaba una pérdida de 75.000 dólares para quien poseyera 1.000 acciones, y de 750 para el pequeño inversionista que solo tenla 10.
El 28 de octubre ocurrieron bajas más radicales: la General Electric bajó 130 dólares por acción; la Westinghouse, 194; el First National City Bank,500.
Para fines de ese mes, los inversionistas habían perdido más de 40.000 millones de dólares; al 13 de noviembre, el indice de valores industriales había bajado de 469 puntos a 220: más de la mitad.
Pero aun ocurrirían peores reveses. Exceptuando una breve mejoría en los tres primeros meses de 1930, los precios continuaron descendiendo hasta el verano de 1932. Para entonces, el valor medio de los 50 valores industriales clásicos había bajado de 252 a 61, y los hubo que bajaron más aun. Las acciones comunes de la U.S. Steel Corporation, por ejemplo, que pasado el DÍA del Trabajo (primer lunes de septiembre) de 1929 se vendieron a 262 dólares cada una, valían 22 dólares en julio de 1932. Acciones que se habían vendido a más de cien dólares bajaron a medio dólar, más o menos.
La quiebra de Wall Street en el otoño de 1929 fue el heraldo de la crisis en la industria norteamericana, y de la gran depresión. Al desaparecer la fe en la economía, los inversionistas dejaron de gastar pródigamente en la expansion industrial. Cayeron los ingresos de los consumidores, y éstos dejaron de comprar. La disminución de las ventas provocó la cancelación de órdenes de producción, con lo que empezaron a acumularse existencias. Algunas fábricas redujeron su producción; otras, clausuraron. La Ford Motor Company redujo la semana de trabajo, de seis dais, a cinco en la primavera de 1930 y a tres en el otoño de ese año. La General Motores vendió cinco millones y medio de automóviles en 1929, y solo dos millones y medio en 1931. Entre 1929 y 1933, la producción industrial se redujo en más de la mitad; el ingreso nacional, en 75 por ciento, y los precios de mayoreo en cerca de un tercio. El número de cesantes subió de 1.500.000 en 1929 a más de 12 millones en 1932, es decir, casi el 25 por ciento de la población trabajadora, cifra aterradora si recordamos que hoy se tiene por peligrosa una proporción del 5 por ciento.
La crisis socavó la confianza en los bancos. Los depositantes se apresuraron a retirar sus ahorros, pero muchos de los bancos se vieron imposibilitados de satisfacer las demandas de sus clientes, porque también ellos se habían dedicado a especular en valores. La consecuencia fue que en tres años 5.000 bancos norteamericanos se declararon en quiebra. Fueron tantos los de Detroit que cerraron sus puertas, que los trabajadores de esa ciudad no podían hacer efectivos los cheques de su salario; en Boston, a Ia policía se le dejó de pagar por algún tiempo. En el Medio Oeste los agricultores no tenían dinero para el forraje de sus animales, y las vacas dejaron de dar leche; en otras partes, las verduras se pudrían por falta de compradores.
Y la crisis no se detuvo dentro de las fronteras de los Estados Unidos: se extendió por todo el mundo. Los banqueros norteamericanos retiraron los fondos que tenían depositados en el extranjero, con lo que dejaron sin base la prosperidad de Ale. mania y Europa Oriental. Como había sucedido en los Estados Unidos, también en Europa hubo pánico entre los depositantes y se completo el ciclo con una serie de quiebras bancarias. En mayo de 1931, el Creditanstalt de Viena, principal banco de la cuenca del Danubio, se declaró insolvente, colapso que sacudió a los centros financieros de Europa. En julio, uno de los cuatro principales bancos alemanes se declaró en quiebra. La Bolsa de Valores de Berlín cerró sus puertas dos meses.
Al iniciarse la crisis, los inversionistas británicos soportaron las pérdidas en los Estados Unidos y Europa central. Luego, desaparecieron los mercados para las exportaciones británicas. En 1931, el gobierno sufrió un deficit de un millón de libras por semana, debido a! gran numero de ciudadanos que cobraban el seguro de cesantía. Y los extranjeros, desconfiando de la esterlina, retiraron los fondos que tenían en Londres y cambiaron sus libras por oro, francos o dólares. Al mediar el verano de 1931, el Banco de Inglaterra perdía oro a razón de 2,5 millones de libras diarios a causa de los retiros. El 21 de septiembre de 1931, los ingleses abandonaron el patrón oro, sistema que durante casi todo un siglo permitió convertir la libra, a petición del tenedor, en 113 granos de oro de ley. Mientras perduró el sistema, la libra fuc la moneda más estable y respetada del mundo.
Apenas habían descartado los ingleses el patrón oro, cuando la libra bajó cerca del 30 por ciento de su valor de preguerra: de 4,86 dólares, a 3,40. Por más de un siglo, ia libra había parecido invulnerable, y la libre conversión de la moneda en oro era uno de los artículos de fe de la economía capitalista: toda una época llegaba a su fin.
La devaluación de la libra tuvo por objeto estimular las exportaciones británicas, pero en vez de ello, asestó otro golpe al comercio internacional. En menos de un año, más de doce países, entre ellos Portugal, Siam, Egipto, Bolivia, el Japón y los países escandinavos, habían devaluado su moneda y abandonado el patrón oro. Los Estados Unidos io hicieron en 1934, y los franceses en 1936. Para entonces, el patrón oro habla desaparecido y el comercio sc estanco.
Repentinamente, la historia de los éxitos del capitalismo se leia al revés. En todo el mundo occidental, hombres y máquinas estaban parados. La gran economía industrial se detuvo con gran rechinido de ruedas. En las ciudades, los hombres recorrían las calles en busca de cualquier trabajo que les permitiera mantener a sus familias. Hacían cola en las cocinas publicas, dormían en los refugios municipales. Abogados, ingenieros, arquitectos, maestros, paleaban nieve y cavaban zanjas.
Habia hombres que vendian manzanas en las esquinas o hacian dibujos en las aceras para recoger algunos céntimos entre los transeüntes, La juventud, que solo vela ante sj un futuro sombrio, se desmoralizó. Hombres en la plenitud de la vida quedaron amargados, y se perdió la propia estimacion al verse obligada la gente a vivir de la caridad, de lo que les daban. los parientes, de las dádivas del gobierno. Nadie que haya vivido ese periodo podrá olvidar la angustia, la desesperanza: toda una generación quedo marcada.
Dada Ia interdependencia de la economía del siglo XX, ningún país se libró de la tormenta económica. Las naciones industrializadas fueron las más afectadas, pero también los países aerícolas sufrieron las consecuencias, pues los precios descendieron verticalmente y desaparecieron algunos mercados de exportación. En 1933, los cultivadores de trigo y arroz vendían sus productos a dos quintos del precio de 1929. En Brasil, el precio del café cayó de 23 centavos de dólar Ia libra a solo ocho. Y lo mismo ocurrió con la caña de azúcar de la America Central, el caucho de indonesia, el algodón y la seda de Egipto y el Japón, Ia lana de Australia: es decir, con los agricultores de todo el mundo.
Una de las principales victimas de la depresión fue la cooperación internacional. Al trastornar Ia economía mundial, la depresión alentó el aislacionismo. Todos los países se encerraron en sí mismos, buscando la protección de su economía. Fijaron cuotas a las importaciones y sujetaron el comercio a licencias y reglamentos; celebraron pactos bilaterales con otros países; empezaron a exportar sus productos a precios inferiores a los cotizados en el mercado interno, y elevaron las tarifas a las importaciones. En 1930, los Estados Unidos introdujeron las tarifas más altas de su historia. Otros países, entre los que figuraban Francia, Canada, Italia y Espana, se apresuraron a tomar represalias, lo que hicieron al año siguiente la India, Argentina Brasil y China. Hasta Inglaterra, la clásica tierra del libre comercio, adoptó tarifas proteccionistas, celebrando convenios especiales con Canada, Australia y Nueva Zelandia para comerciar en términos más favorables que con los demás. Cada país hizo lo que pudo a fin de conservar o conquistar mercados para sus exportaciones.
La crisis afectó las finanzas en todos sus aspectos. A pesar de la desaparición del patrón oro y de que ya ningún país tenla que respaldar su moneda con determinado porcentaje de oro en barras, el metal amarillo siguió siendo un problema. Las monedas del Japón, Alemania e Italia cran inestables e inflacionadas, por lo que nadie las aceptaba en el comercio mundial. Así pues, los Estados Unidos exigían oro en pago de sus ventas, en vez de yenes, marcos y liras. Pero dichos países no podían pagar con oro, por lo que se esforzaron para lograr la autosuficiencia. Alemania, por ejemplo, celebró acuerdos de trueque con Bulgaria, Hungría, Rumania y Yugoslavia, con lo que esos países se convirtieron en dependencias económicas a las que Alemania enviaba productos manufacturados a cambio de productos agrícolas. Para salvaguardar sus intereses, el Japón celebró acuerdos semejantes con China, la India e Iraq.
Antes de la depresión, el comercio era multilateral, sistema que permitía a un comerciante chileno, por ejemplo, vender nitratos a la Gran Bretaña, mientras otros chilenos podían comprar instrumentos de precisión en Alemania o perfumes en Francia. Nada importaba que los chilenos compraran poco en Inglaterra o vendieran poco a Ale-mania y Francia. Las ventas hechas a un país equilibraban las compras efectuadas en otro. Libras, dolares, francos, marcos y pesos podían intercambiarse fácilmente a tipos de cambio fijos.
Ahora desaparecía la especialización regional y el libre cambio entre compradores y vendedores, y el comercio se hacia cada vez más bilateral. El importador solo podía comprar en los países a los que el suyo hubiera enviado ya exportaciones suficientes. El contraste con la estructura anterior a 1914, cuando el comercio unía a las distintas partes del mundo, no podía ser más notable. Los gobiernos ejercían sobre el comercio un control nunca visto en tiempo de paz. El resultado de esa política nacionalista fue que casi todos los países operaban con propósitos opuestos, haciendo casi imposible la restauración del comercio internacional.
Nadie veía una solución viable del conflicto. Algunos economistas afirmaban que la depresión era parte de un ciclo económico no regulado desde afuera, y que si se dejaba librada a sus propios recursos, la economía se recuperarba. El presidente Hoover compartía este punto de vista; "la prosperidad está a la vuelta de la esquina", aseguraba. El y muchos otros mantenían que la economía capitalista operaba según "leyes naturales", y que cualquier intervención resultaría perjudicial. Segun este parecer, el papel del gobierno era el de dar ejemplo de sobriedad y economía, inspirando así en los círculos financieros la confianza necesaria para lograr la recuperación. Semejante actitud exigía una fe y una paciencia que, dadas las circunstancias, no podía esperarse de muchas personas.
Cuando la situación era más critica, Franklin Delano Roosevelt fue elegido Presidente de los Estados Unidos por una mayoría aplastante. Al contrario de los conceptos optimistas de su predecesor, Roosevelt se expresó sombriamentee en su discurso de toma de posesión, el 4 de marzo de 1933. "Las acciones han descendido a niveles fantásticos; nuestras fábricas están sin pedidos", declaró. "Las hojas marchitas de nuestra empresa industrial yacen esparcidas por doquier; los agricultores no hallan mercados para sus productos, y miles de familias perdieron los ahorros de muchos años. Y, lo que es peor, un ejército de ciudadanos sin empleo no pueden ganarse el sustento, mientras que otros, igualmente numerosos, trabajan de sol a sol por una escasa remuneración.'~
Pero Roosevelt dio una nota de esperanza: "Nuestra primera y principal tarea es dar ocupación a la gente", dijo. "No es un problema insoluble si lo atacamos con inteligencia y valor. Puede resolverse, en parte, mediante el reclutamiento efectuado por el gobierno, enfocando la tarea como lo haríamos en caso de una guerra, y, al mismo tiempo, valiéndonos de este medio para realizar proyectos necesarios a fin de estimular y reorganizar el uso de los recursos naturales."
Roosevelt se apresuró a poner en marcha el célebre "New Deal" (Nuevo Trato). El gobierno federal subsidió obras publicas, programas de conservación de recursos y de construcción de viviendas populares. Creó fuentes de trabajo y alivió la situación de los desempleados con pago de ayuda. Concedió asistencia financiera a las empresas amenazadas. Desarrolló sistemas de electricidad y riego que transformaron la vida de regiones enteras y que, más tarde, sirvieron de modelo para la rehabilitación de la tierra en los países subdesarrollados del mundo.
Adoptó leyes destinadas a vigilar el sistema bancario y las bolsas de valores, para evitar la repetición de la quiebra de 1929. fomento el desarrollo del sindicalismo y del contrato colectivo como medios para asegurar a las clases trabajadoras un mayor poder adquisitivo. Promulgo leyes que establecían los salarios minamos y el máximo de horas de trabajo a la semana. Siguiendo el ejemplo sentado anteriormente por Alemania, Inglaterra y los países escandinavos, los Estados Unidos adoptaron leyes de seguridad social que estipulaban el pago de fondos a los cesantes, los ancianos y los inválidos. Concedieron subsidios a los agricultores para alentar la diversificación de las siembras, a fin de no agotar las tierras, y avalaron hipotecas a bajo costo.
Una importante innovación de estos programas fue que el gobierno los manejó por medio de un financiamiento deficitario, es decir, gastando más de lo que tenia. En los años treintas, los gobiernos emprendieron programas que no alcanzaban a cubrir con sus ingresos. Antes de la depresión, Semejante erogación era mal vista en los círculos privados, académicos y públicos. Después de ella, el sistema adquirió respetabilidad.
De las audaces medidas adoptadas para acabar con la depresión, nació el Estado benefactor típico del siglo XX: Estado que produjo Ia reforma del capitalismo. Fue también debido a las medidas tomadas durante la depresión que los Estados Unidos sufrieron una transformación social y económica que aun sigue llevándose a cabo.
Otro resultado de la depresión fue Ia reorganización formal de la economía ortodoxa, en la teoría y en la práctica. En 1936, mientras los Estados Unidos y otros gobiernos buscaban medios para salir de la depresión, John Maynard Keynes, un economista británico, publicó su libro Teoría general de Ia ocupacion, el interes y el dinero, donde revisaba las tradicionales relaciones entre gobierno y economía. Las ideas de Keynes llegarían a ejercer tanta influencia como La Riqueza de las naciones, de Adam Smith, publicada en 1776, que era la Biblia de la vieja economía capitalista. Keynes justificaba y trataba ampliamente los principios del financiamiento deficitario, los programas de obras publicas y la fluctuación de las tasas de interés y de los impuestos, de acuerdo con las cambiantes necesidades económicas de Ia nación. Reconoció los estrechos lazos que unían Ia economía con el comercio mundial. Impugno el tradicional concepto de que, a Ia larga, las leyes naturales permitieran la recuperación económica. "A la larga", escribía Keynes, "todos habremos muerto."
En notable contraste con el resto del mundo, la Rusia comunista escapó del colapso financiero y del desempleo producidos por la depresión. Rusia había quedado cortada del comercio internacional desde la revolución, y por una ironía del destino, emergió convertida en potencia industrial durante los años en que la industria de Occidente estaba atacada de parálisis.
Durante ese periodo, Rusia fue gobernada con mano de hierro por José Stalin, ex estudiante de teología, expulsado de Ia escuela por insubordinación. Desde entonces abrazó el marxismo y se convirtió en revolucionario profesional. A la muerte de Lenin, en 1924, en el Politburo del Partido Comunista se entabló una lucha, que ganó Stalin. En 1928, habiéndose apoderado del gobierno, puso en marcha un programa para construir "elr socialismo en un país", haciendo a un lado el principio marxista de Ia revolución mundial. Creo un complicado aparato central de planeacion, con una enorme burocracia. Instituyó el primero de varios planes quinquenales destinados a industrializar a Rusia, y acicateó al país para superar a los países capitalistas.
Stalin afirmaba en 1929: "Avanzaremos a toda velocidad hacia el socialismo por la senda de la industrialización, dejando atrás para siempre el proverbial ‘atraso' ruso. Nos estamos convirtiendo en un pais de metal, de automóviles, de tractores. Y cuando la Unión Soviética vaya en automóvil y el campesino en tractor... veremos cuáles países son los atrasados y cuáles los adelantados."
El plan quinquenal de Stalin fijaba ambiciosas metas. Su objeto era transformar el carácter económico y social del pais sin necesidad de ayuda extranjera, y ello se realizaría bajo la estricta vigilancia de la industria y la agricultura por el gobierno. El pueblo ruso tendría que trabajar duro por poco dinero, y mirar hacia el futuro como compensación. Se establecieron granjas colectivas, cuyas tierras serian cultivadas por los campesinos que en ellas vivieran, usando equipo agrícola proporcionado por el gobierno. En las ciudades, el gobierno creó y sostuvo nuevas industrias que absorbían ejércitos de nuevos trabajadores. Entre 1926 y 1939, 20 millones de personas dejaron el campo por la ciudad para trabajar en la industria. A los trabajadores se les pagaba a destajo. Los salarios variaban según el trabajo, pero no había ni miserables ni gente demasiado rica. Al primer plan quinquenal siguió el segundo, en 1933. Juntos, ambos planes llevaron a Rusia a la era industrial y produjeron el embriagador sentimiento de que todos trabajaban unidos para levantar un glorioso Estado socialista.
Aparentemente, la depresión puso al desnudo las debilidades de la civilización occidental que dominó al mundo hasta 1914. El Occidente parecía incapaz de comprender o controlar la acción interna de su propio capitalismo. Los comunistas vieron en la inestabilidad del sistema capitalista la vindicación del marxismo.
En Alemania, donde el numero de desocupados llego a seis millones, de un total de solo 18 millones de trabajadores, la depresión tuvo terribles consecuencias. El pueblo pedía acción, y respondió a las arengas de Adolfo Hitler, genio loco nacido en Austria que se encumbró con la promesa de repudiar los onerosos tratados y la insoportable humillación que hubieron de admitir a! terminar la guerra; ofreció dejar de pagar reparaciones a los Aliados y elevar al pueblo alemán al sitio que le correspondía. Una vez en el poder, Hitler coordino todas las instituciones germanas hasta convertirlas en el Tercer Reich totalitario, racista y rnilitarista; hizo de los judíos la cabeza de turco, vistió de uniforme a Ia juventud, y a los desocupados los envió a las fábricas a producir armas. Muy pronto emprendió una política de agresión que hizo inevitable la reanudación del conflicto.
En el Japón, la Depresión sirvió de excusa para emprender aventuras imperialistas. La industria japonesa dependía en gran medida del comercio exterior, en particular con los Estados Unidos. Cerca del 90 por ciento de la seda producida por el Japón se exportaba a dicho país, y Ia seda equivalía a dos quintas partes de las exportaciones totales del Japón. Pero en los años treintas, no se podía aprovechar este producto en los Estados Unidos, de modo que la depresión hizo perder al Japón su principal mercado. Conforme la depresión se fue acentuando, el comercio descendió un tercio y aumentó el numero de desocupados. En los años veinte, la camarilla militarista se adueñó poco a poco del gobierno, y en 1931 estos hambres se lanzaron a invadir a Manchuria con el propósito de quitarle a China un territorio que surtiria al Japón de carbón, petróleo, soya y trigo, sirviendo, al mismo tiempo, para dar salida a las manufacturas japonesas -
La depresión resultó una catástrofe económica de alcances sin precedente en Ia historia; en todo el mundo se escuchaban voces que pedían acción. Las medidas adoptadas para resolver la crisis, ya humanitarias, como en los Estados Unidos, o maléficas, como en Alemania, fueron radicales en todas partes. Irónicamente, Adolfo Hitler y su política de maldad contribuyeron indirectamente a salir de la depresión, pues cuando por fin el Occidente decidió enfrentársele, la iniciación de vastos programas armamentistas y la guerra liquidaron la crisis, y los países industriales alcanzaron la ocupación plena. Ante la catástrofe de una nueva guerra mundial los gobiernos procedieron movidos por el instinto de la propia conservación. Casi a pesar de si mismos, emprendieron programas que en años anteriores hubieran hecho temblar a cualquiera, gastando dinero que no tenían, dando trabajo a hombres que estaban desocupados hacía casi diez años, poniendo en movimiento una industria que dormía desde hacía otro tanto. Una vez recibido el impulso, la industria occidental mantuvo el paso después de la guerra, y se alcanzó la prosperidad.
Fue así como el azote de Ia depresión, se mezcló con otro peor : el de la guerra. Y apenas salidos de esas pesadillas, recibirían un nuevo impulso los cambios que habían venido minando al Viejo Mundo desde los comienzos del siglo XX.